«La información es lo que hackea el poder», advierte José Luis Orihuela durante la entrevista que pueden ver a continuación a Yoani Sánchez. Yoani, más adelante, advierte ante la posibilidad de dejar de escribir que «el día que me calle, la represión será peor».
Lo que nos sucede es que poder y jerarquía no es únicamente algo que ejercen y compete a políticos y ciudadanos, es algo que se juega también dentro de las organizaciones. Por ejemplo, he discutido recientemente con un ejecutivo la mayor o menor necesidad de mantener los innumerables perfiles y blogs que se abren dentro de su organización.
Inmediatemente se abre un conflicto de competencias y de cooperación. Unos quieren evitar que las temáticas se solapen (una excusa para demostrar poder y monopolizar una temática) al tiempo que se constata y aspira a demandar mayor cooperación. ¿Qué es más cooperación en la práctica? En la práctica supone eso tan simple como enlazar y esa palabra tan poco usada ahora como hacer mashups.
Mi postura se puede imaginar: deja que todo el mundo invente y reinvente con los materiales que producen y que busquen audiencias por su cuenta. La coordinación y la cordura del mensaje no va a venir (salvo que te lo cargues) por el envío de mensajes verticales de esto sí, esto no, va a venir porque comparten un ideario común sin que haya que recordarlo constantemente.
Es momento de tomar ahora un segundo hilo.
La teoría de la trenza
En el mismo congreso en el que se produce la entrevista, Luis Abril efectúa una conferencia de cierre en la que describe su perspectiva de futuro de las redes sociales. Es muy atinada su visión de cómo funcionan a efectos de la opinión pública y de la gestión de crisis, bastante rutinario me ha parecido su pensamiento sobre periodismo e internet en general. Nos quedamos ahora con lo primero (se puede ver desde el minuto 175 de este enlace, que no puede desgraciadamente incrustarse).
Abril desarrolla lo que denomina «teoría de la trenza» que, en mi comprensión e interpretación significa lo siguiente: que, a efectos de opinión pública, lo que solo es digital no termina de influir si no llega a lo analógico (prensa, televisión, radio) y que lo analógico se queda corto si no llega a lo digital. Y que analógico y digital se alimentan entre sí. En algún momento emplea la palabra convergencia. Si se mira bien, viene a significar que en términos de comunicación corporativa (con el exterior), si las conversaciones no saltan de las redes a lo analógico (que creo que más bien se refiere a lo convencional) no terminan de crear problemas. Y que si desde lo convencional pasan a los medios sociales, tenemos un problema serio. Además, concluye, los mundos de la red se comportan como comandos organizados y atacando – él no lo dice en estos términos – en forma de swarming.
Comparto el esquema pero le añado matices que he discutido en su día con Miguel del Fresno: ni analógico ni digital, convergencia digital plena donde unos están en la parte alta de la cola de los contenidos más vistos y otros en la larguísima extensión de las audiencias reducidas y las microaudiencias. Una cola donde los movimientos internos se producen por poco controlables mecanismos de expansión, eso que llamamos viralidad. Y que es lo mismo que ocurre cuando alguien descubre una canción enterrada en el olvido y la sube hasta la parte gruesa de los contenidos con más atención.
Y con ello llego a un tercer y último hilo antes de ponerlos en contexto.
Los millennials
César Calderón comparte este entretenido vídeo sobre la manera de trabajar de lo que se vienen llamando millennials. Como oposición a los baby boomers y a la generación x (creo que esa fue la mía, aún recuerdo a una librera americana preguntándome con asombro is there a generation x in Spain? cuando compré el libro de Coupland), César sugiere con acierto que hay que prepararse para una política en la que hay que satisfacer a tipos que estarían trabajando más o menos como sugiere la ética hacker según Himanen.
Estos millennials, que son los que crecen o han crecido usando las redes sociales, configuran a la vez la fuerza de trabajo que te viene y el consumidro al que te enfrentas. Tienen otro sentido de la jerarquía y no parecen dispuestos a esperar a recibir ordenes para contar lo que hacen. Forman parte, también, de comandos con diferentes longitudes de onda ética según quiénes.
Vamos a ahora a poner todo en contexto:
- Al lanzar el uso de las tecnologías de publicación electrónica que provee hoy internet tanto desde perfiles personales como desde perfiles institucionales (y también en las redes internas), lo que se está introduciendo es una jerarquía plana dentro de una jerarquía piramidal. El conflicto está servido: lo normal es que las primeras pierdan eficacia al no dejárselas vivir en su lógica.
- Si quieres controlarlas porque tienes miedo a las duplicidades, a la aparición de setas esparcidas, a mensajes poco estructurados, el intento va a chocar con la mentalidad del millennial: el talento va a sufrir.
- La forma de controlarlas es precisamente trabajando en lo más complejo, duro y más invisible de una organización: sus valores. Más concretamente, el duro ejercicio de contrastar a diario el conflicto entre el enunciado de valores y su aplicación real. Ante valores compartidos y la dotación de sentido al trabajo (lo que llaman purpose en el vídeo) la red funciona por sí misma: todos saben lo que tienen que decir y lo que no tienen que decir, todos tienen criterio para mezclar, proponer, reutilizar. Y si no tienen ese criterio, antes que el control, es mejor que no continúen en la organización: están fuera de contexto.
- Como Yoani, seguirán voceando porque si no, será peor. Es decir: los integrantes de la organización forman parte de la trenza, tanto para vender y defenderte como para sentirse mal ante una conducta corporativa que afea su sentido de la ética (los millennials, aunque esto sea difuso como toda generalización), el sentido con el que construyen sus audiencias poniendo – esto es importante – su propio nombre y su prestigio delante de sus seguidores. Cada día es más complejo disociar la identidad personal de la coherencia con lo que representa en su vida laboral. De hecho, cada día es más borrosa esa separación entre quienes tienen un trabajo que les compensa y llena emocionalmente.