A través de José Miguel Guardia llego a este extenso y extraordinario artículo de Manuel Arias Maldonado sobre (en plural) los futuros del libro. Sus lecciones son interesantes para cualquier sector a punto o en plena disrupción digital.
No tenemos certezas sobre cómo terminará la transformación digital
Dice Maldonado:
Más que un futuro discernible, el libro parece tener muchos futuros posibles, sin que pueda descartarse en absoluto que su porvenir termine siendo una combinación de las distintas posibilidades contenidas en el presente.
Si en alguna escuela de negocios me enseñaron que nunca había una única y mejor solución para los problemas empresariales, creo firmemente que cuando nos movemos en la radical mutación social que supone la digitalización, este rasgo se acrecienta. Tanto como permanece invariable la incertidumbre intrísica de los negocios (de la vida) o la esperanza de muchos ejecutivos por tener respuestas inmediatas y acertadas a la primera de cambio. En otras palabras, es tanto lo que no sabemos como múltiples las opciones para crear un camino propio.
Confundir la sostenibilidad de nuestro puesto de trabajo con la continuidad del mundo
Estamos en el clásico de la definición que hace uno mismo sobre el sector en que compite: ¿en qué negocio estás?. También las escuelas de negocios nos enseñaron a no confundir el sector del transporte con el negocio de los trenes. O el de la iluminación con el negocio de vender velas.
En la industria de los medios y en las llamadas industrias culturales esa confusión alcance tintes diría uno que patéticos. Maldonado es capaz de sentenciarlo de una forma elegante, distinguiendo entre soporte y función, eso que perdura:
No se trata tanto de apegarnos a la forma cultural que es el libro, sino de considerar si sus funciones son monopolio del mismo o pueden ser cumplidas análogamente por otros medios, por otras formas de transmisión del conocimiento y la experiencia.
Descubrir que tus clientes no consumen lo que tu creías que consumían
Los periódicos han tardado mucho en entender que la gente leía noticias y compraba el contintente completo – el periódico – porque la única forma de poder consumirlas era empaquetadas, interesaran o no, se leyeran o no. La música pasó por el mismo proceso al desaparecer el elepé como unidad de consumo y se regresó a la era del sencillo: las canciones se consumen sueltas en listas de reproducción muchas veces compartidas en espacios sociales.
Una sorpresa (¿sorpresa?) que nos relata Joshua Gans en otro interesante post de las últimas semanas es que no parece que los libros se compren para ser leídos. Como economista teórico, Gans discurre sobre si los libros compiten unos con otros y si los precios de unos libros afectan a la competencia contra otros. Su respuesta es: casi siempre, no. Si eres fan de Harry Potter el último lanzamiento es lo que tu quieres comprar y el precio de los libros de mecánica no tiene el más mínimo interés. Tan raro es todo, que la verdadera demanda de los libros debería atenderse en un establecimiento fijo sólo en determinadas épocas del año:
…today, their demand more than follows the same seasonal structure as costumes and suggests that physical bookstores should emerge once a year rather than exist as permanent fixtures. My point here is that books are overwhelmingly purchased as gifts and, therefore, (a) they are not necessarily ever read and (b) the gift purchaser may actually compare prices of different books when deciding which one to buy
El lector, digital o no, no es el mito de la alta cultura
En otras palabras, que cuando somos pesimistas acerca del futuro de la lectura o del valor humanístico y social del libro, no sólo podemos estar profundamente equivocados porque confundimos los patrones de consumo, sino que podemos estar sobrevalorando el pasado:
Nos pasamos el día leyendo fuentes diversas de información y leyendo a los amigos, a quienes también escribimos continuamente (hasta el punto de que la vieja llamada telefónica se ha convertido en un acto violento que requiere de especial justificación). En ese contexto, los libros son un continente más entre muchos y no pueden desempeñar el mismo papel que cuando carecían de rival. Parece difícil, por razones evidentes, que el libro pueda recuperar ese terreno, en caso de que alguna vez lo tuviera y no suframos el espejismo de una edad de oro libresca situada en un pasado indefinido.
[…]
el mundo literario y cultural que gira en torno a los libros sigue gozando de atractivo; siempre habrá minorías fascinadas por Nabokov y los cafés literarios. Es quizá una lástima que esas minorías no se conviertan en mayorías, pero el sueño ilustrado del refinamiento social avanza a una velocidad bien discreta. Y la propia pluralidad de las sociedades liberales contiene una pluralidad de fascinaciones: de los existencialistas a la filatelia, pasando por el senderismo y el bricolaje. Se diría que el libro seguirá ocupando un cierto lugar en esa amplia oferta, bien como instrumento auxiliar, bien como fin en sí mismo, ya sea en forma tradicional o electrónica
La pregunta final sería, por tanto, y si estamos preocupados por la disrupción digital de nuestro sector, cuántos de los supuestos con los que trabajamos son reales y dejar de pensar desde el miedo a perder el pasado imaginado y no centrarse en las opciones de futuro. Todo, como siempre, más fácil de decir que de hacer, con el agravante de que suele haber damnificados reales: pérdidas de fuentes de ingresos, de puestos de trabajo y, lo más difícil de todo, la reconversión de las emociones y las capacidades que tanto costó aprender.
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