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La resistencia emocional como punto de partida para la transformación digital
Probablemente, para negarla o para secretamente desear que no ocurra.
Indudablemente, la resistencia al cambio forma parte de la naturaleza humana. En un diario de referencia se publica el enésimo reportaje sobre la disrupción digital del mercado del libro. La característica que me interesa es que el tono y la perspectiva es la de comprobar la resistencia del formato que tecnológicamente queda superado. De hecho, así se titula: “El libro de papel resiste la avalancha digital”.
Es evidente que ningún medio ha matado a otro medio. Así, en este mismo artículo se recuerda que siguen los cines y otras cosas. Por ejemplo, los vinilos (que, vivos, no son sin embargo el mercado que fueron y puede que su recuperación sólo sea una moda que, desde luego, pertenece a entornos de usuarios minoritarios). O, se advierte, que algunos piensan que al libro electrónico le espera un futuro parecido al del vídeo Beta, tesis que descarta el texto pero sin enunciar la evidencia: que un formato de vídeo muriera no implica que la distribución del vídeo haya cambiado hasta hacerla irreconocible como todo el mundo puede ver.
Lo que me interesa desde la perspectiva de los negocios reside precisamente en el punto emocional: enamorarse de la resistencia. Enamorarse de la nostalgia de los elementos que perviven de un entorno en declive. Que sobrevivan muchas cosas no quiere decir que se lleven el grueso del mercado. O que no condicione.
No sé lo que va a pasar con el libro, porque no sé nada de lo que va a pasar, pero mi punto de vista reside en observar la lógica de la tecnología: la resistencia a la piratería demostró que no se pudo cambiar el método de distribución y que, leyes y represión aparte, ha sido la industria la que inevitablemente ha tenido que cambiar sus modelos de distribución. Y lo sigue haciendo.
Al igual que la nostalgia al papel, las salas cinematográficas se resisten a que se estrenen películas de modo simultáneo a su canal de distribución, hasta que un agente disruptivo desde el exterior lo hace. Da igual el éxito a corto: el caso es que se puede y que los números pueden no acompañar ahora, pero que otras claves están en juego. Volviendo el caso del libro: en vez de celebrar que el libro tiene batería y hay que recargarlo a diferencia del papel (venganza verbal del romanticismo), pensemos que las baterías evolucionan y que van a tener duraciones escandalosas.
A cambio, pesará poco, llevarás toda tu biblioteca a mano, la resolución de las pantallas mejorará (más), la capacidad de ordenar tus notas y subrayados, el consumo de diccionarios en tiempo real, actualizaciones en tiempo real… ¿qué día se impondrá la lógica y terminarán los libros de texto de papel?
En fin, esta nota es porque me inclino a pensar que el gerente enfrentado a la transformación digital debe evitar el pensamiento romántico y resistente para concentrarse en encontrar valor para sus clientes en las tecnologías que cambian. Y que la resistencia asociada a las virtudes – reales – del producto anterior conduce a ver el mundo en términos duales: esto sobrevivirá porque es mejor en esto y en esto y lo otro no. Sí, seguro que lo antiguo sobrevive (hay alfareros, una profesión que hoy es artística). Pero no quiere decir que sobreviva igual, ni para todo el valor del mercado.
Conviene no enamorarse de ninguna tecnología. El papel es una. Mi teléfono móvil es otra. La lectura pervive, la movilidad conectada pervivirá. Disponer de dinero pervive, que tenga que ser físico sólo es una posibilidad que, por cierto, está en declive. Y así con todo.