Se pasó toda mi conferencia cerrando los ojos y echando una cabezada tras otra. Alrededor de setenta años de aspecto, tenía el gesto plácido del abuelo perfecto. Al terminar, se acercó educadísimo – cordial y encantador – y me dio las gracias por mi intervención.
Respondí con todo el afecto que pude sin dejar de recordar que era mi espectador más perdido para la causa. Según se despedía y recordándome algún aspecto de la presentación me dijo: «te voy a hacer un regalo».
El regalo era una recomendación bibliográfica. Me aseguró que era una lectura breve, compleja en su densidad, pero apasionante. Insistió en que tras recomendárselo a todos sus amigos le decían que tenían que releer los párrafos tres veces porque no se entendía nada.
El pesimismo sobre internet describe sociedades uniformizadas en torno al mal
El libro se entiende bien. Si estás algo familiarizado con las discusiones. «En el enjambre» es un texto del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, que ya advierte la wikipedia de que su fama proviene de su crítica «al capitalismo, la sociedad del trabajo, la tecnología y la hipertransparencia».
No es una crítica vulgar. Formaría parte de la visión pesimista sobre la evolución de internet de otros pensadores como Morozov que contiene, en mi opinión, descripciones excelentes de algunos fenómenos que enturbian, sobre todo, el origen que podemos llamar libertario-anarquista de la estructura de funcionamiento de la red.
Especialmente, ante la concentración de poder de unas pocas empresas que canalizan la actividad económica y personal de millones de personas. Una concentración de poder que introduce arquitecturas de información amenazantes para la intimidad y la capacidad de elección de los usuarios.
El problema de este tipo de críticas a lo que la red crea, es que se narran y presentan como una evolución del mundo hacia la desgracia y cuyo lado oscuro fuera nuevo o adicional a la oscuridad propia de los seres humanos.
Dicho de otra forma, que la liberación prometida (sí, internet se ha visto muchas veces como la llegada de una nueva tierra prometida) puede terminar en una distopía en toda regla y no en un contexto diferente donde el bien y el mal, que parecen no querer desaparecer, se desenvuelven con otro aspecto en su combate habitual.
El trabajo entendido como condena
Pudiendo compartir los sesgos negativos de la descripción (un servidor de ustedes lo deja en sesgos, no en condenas), considero especialmente poco realista la descripción de lo que supone el mundo del trabajo de la era digital.
Aunque este autor difiere en su percepción de los hechos, la forma de narrar e interpretar un contexto puede significar convertirlo en realidad en nuestras mentes. Al final lo que tenemos es una crítica a la red basada en el rechazo al comercio y la acción emprendedora humana.
Este es el relato sobre el trabajo de Han:
Hoy, en efecto, estamos libres de las máquinas de la era industrial, que nos esclavizaban y explotaban, pero los aparatos digitales traen una nueva coacción, una nueva esclavitud. Nos explotan de manera más eficiente por cuanto, en virtud de su movilidad, transforman todo lugar en un puesto de trabajo y todo tiempo en un tiempo de trabajo. La libertad de la movilidad se trueca en la coacción fatal de tener que trabajar en todas partes. En la época de las máquinas el trabajo estaba ya delimitado frente al no-trabajo por la inmovilidad de las máquinas
Para los que procedemos de una inspiración basada en la ética hacker (ya saben el texto de Himanen ya partía de una evolución de la sociología del trabajo superadora del acervo marxista y de la réplica de Weber), no podemos evitar pensar en una lectura del trabajo como condena y no como una actividad enriquecedora basada en el proceso de resolver problemas y desarrollar la curiosidad individual.
La tendencia de las start-ups de vanguardia a entregar parte de la plusvalía en forma de participación en el capital, la tendencia a la transparencia salarial y decisoria, la búsqueda de organizaciones de jerarquías meritocráticas y con preferencia sobre la responsabilidad individual frente al control del cronómetro industrial, serían contradictorias con la afirmación del filósofo surcoreano. Se obviaría también la posibilidad de elegir el momento y el lugar de trabajo.
Siempre se dirá que no es para todos. Pero sí se puede decir que las nuevas empresas basadas en la innovación y que pretenden atraer talento extremo buscan entornos de este tipo que están lejos de la visión coactiva que se nos plantea. Podríamos llegar incluso a la idea de que, para el inversor de riesgo, para el fundador de la startup, el trabajador coaccionado es un trabajador inútil, no interesante y por definición desmotivado y opuesto al resultado y al éxito.
La concepción del trabajo genera discusión pública y efectos regulatorios
¿Por qué tiene interés esta discusión sobre el trabajo para los agentes y practicantes del camino a la transformación digital? Porque los intelectuales venerados -Han parece serlo – conforman visiones del mundo que sirven para justificar posturas sociales que luego pueden verse reflejadas en las discusiones legislativas y en los medios de comunicación de masas.
Es decir, porque se construyen idearios que, en este caso, irían en contra de las visiones que esperamos de las organizaciones transformadas presumiblemente más humanas por causa de la digitalización. Porque dificultaría una construcción legislativa más vinculada a la flexibilidad y al mérito en vez de la tradición industrial apegada a las descripciones funcionales fijas, la asociación entre puesto y retribución con poco valor del resultado y la protección del puesto de trabajo por encima de la evolución de la tarea.
Han, sigue:
El aparato digital hace móvil el trabajo mismo
(…)
El trabajador vuelve de nuevo a la máquina, como el siervo al señor. La máquina constituye el centro de su mundo. El medio digital produce una nueva topología del trabajo. El trabajo digital ocupa el centro. Dicho con mayor precisión: aquí ya no hay ningún centro. Más bien, el usuario y su aparato digital constituyen una unidad. Los nuevos cazadores no funcionan pasivamente como parte de una máquina, sino que ellos operan de modo activo con sus móviles aparatos digitales, que en los cazadores paleolíticos se llamaban lanza, arco y flecha. Los cazadores digitales no se entregan a ningún peligro, pues se limitan a cazar informaciones con el ratón. En esto se distinguen de los cazadores paleolíticos.
¿Se olvida que el cazador paleolítico no pertenecía a una organización laboral?
La libertad de poder desarrollar el trabajo en cualquier punto es tenida como liberatoria, sin embargo.
Una ilustración particular de este punto (es decir, carente de valor probatorio) es lo que los parientes inmediatos de las personas que trabajan en Territorio creativo suelen comentar sobre nuestro trabajo: que sus amistades se asombran por el hecho de que damos libertad para gestionar las vacaciones, los horarios y los momentos de trabajo a distancia. O nuestra decisión de hacer transparentes nuestros salarios.
Es decir: alienados o no, la expresión de nuestra identidad laboral digital se percibe como un beneficio claro todo ello sin tener en cuenta que pueda suceder, como me sucede a mi, que la separación entre trabajo y ocio sea un tanto artificial porque mi trabajo me gusta. Es una parte esencial de mi vida y con cuya temática disfruto y no me siento condenado y me es indiferente hacerla en un horario u otro, en un día u otro o, demos gracias porque se puede, en este sitio o aquél.
Ignoro qué utilidad tiene para los lectores de esta página ésta discusión. Pero entiendo que en el proceso de cambio constante que supone la digitalización, la evolución de las viejas formas laborales estará sometida a debates y pugnas con argumentos similares a estos.
Puede que esta argumentación contribuya a mejorar sus discursos.
2 Comentarios
Habrá que leerse el libro, aunque por lo que dices no sé si es la típica lectura veraniega que entra fácil en estos días.
Así, según se leen los destacados que citas, se me antoja un análisis un poco simplista, pero seguro que en el libro desaparece esa sensación.
Es muy corto. Pero es denso. Se lee en una tarde en tumbona. He destacado la parte dedicada al trabajo que es la que menos me gusta. El resto es descriptivo y pesimista. Pero describe a quien usa las tecnologías de red de modo masivo sin entender lo que hace. Lo que sucede es que no creo que el mundo sea peor por descubrir que la mayoría de la gente nunca hace un uso intelectual de lo que tiene alrededor.