Transformación Digital

«Banear» a Trump en Twitter es el mayor McGuffin de la era digital

Definición de McGuffin recogida en wikipedia (pero mejor si se leen el clásico libro de la entrevista de François Truffaut a Hitchcock): «es un elemento de suspenso que hace que los personajes avancen en la trama, pero que no tiene mayor relevancia en la trama en sí»

Donald Trump puede crear una nueva cuenta desde cualquier sitio (quizá no verificarla) y seguir publicando jugando al gato y al ratón con Jack Dorsey con cada baneo y cada nueva cuenta. Lo han hecho decenas de miles de personas para superar los problemas de contenidos en cualquier red.

También puede pedirle a un familiar que tuitee por él. Seguramente, se inicie otro proceso iterativo de cuentas abiertas y bloqueadas en una carrera para ver quién es más ingenioso.

Puede marcharse a otra red. De hecho, Parler es el mayor candidato. Puede crear una web con su propio dominio que puede ser tuiteado por terceros: amigos, compadres y fans. Puede abrir un canal en Telegram. Curiosamente, soy de los que ha visto morir  a Tuenti y al MySpace antiguo. He visto pasar a la irrelevancia absoluta a Second Life. En los albores del internet social, nos encantaba contar cómo la gente cambiaba de bar y el servicio que hoy triunfaba mañana pasaba de moda. TikTok entró al asalto de los grandes servicios americanos y Trump lo machacó por chino.

En el juego del gato y el ratón anteriores, los fans seguirían retuiteando y extendiendo el contenido como si no hubiera mañana por Instagram, Whatsapp, Facebook, Twitter, Telegram, ¿TikTok? y lo que ustedes quieran. Mucha gente ha olvidado ya lo que es el Efecto Streisand

Los periodistas seguirán buscando el lugar donde el político impropio al que no invitaron a la fiesta publica sus arengas y… divulgarán lo que dice (indignados con razón o sin ella, que ambas cosas se dan) al tiempo que seguirán -como ahora- haciendo su fact-checking de la incontable cantidad de invenciones y distorsiones que son sello de la casa. Más aún, partidarios y detractores de Trump publicarán sus ingeniosos memes aunque él no tenga cuenta en el servicio mostrando su aprobación y rechazo a sus inestimables ideas.

Que Twitter tome la decisión de prohibir a una persona publicar contenidos en su sistema, es una consecuencia de que es el propietario y decide sus términos de servicio (ellos te ponen un contrato cuando entras), es también una consecuencia de su arquitectura tecnológica (los servidores están bajo su control) y no se puede hacer nada sobre ello: si no te gusta, no lo uses. Si eso es dañino para su reputación y cotización en bolsa, allá los accionistas con @Jack. Un periódico no deja publicar a quien no le da gana. Censura es si impiden publicar al periódico, no si el periódico no publica algo de un colaborador. Aunque tenga tufo y malas intenciones. También genera sentimientos acalorados, como ahora. También genera la desilusión de una parte de los lectores que seguían al colaborador bloqueado. Pregunten a Gregorio Morán.

Para muchos ahora la cuestión es: dada la influencia que tiene en nuestras vidas este tipo de servicios con una supuesta tendencia al monopolio, ¿deben poder decidir ellos qué contenidos aparecen y cuáles no? ¿No deben estar regulados por ley? Si es así, ¿más o menos regulados que un periódico o una televisión que tampoco dejan emitir a quien quiere? Hay quien piensa que porque tiene una cuenta en Twitter o en cualquiera de las redes famosas tiene un derecho adquirido a estar ahí para «expresarse».

Podría ser una cuestión legislativa legítima: si los medios que se nutren de contenido generado por el usuario (otra expresión que ya no se lleva) tienen que tener sistemas de control de contenidos como los de la televisión antigua (dos rombos si se ve más piel de la debida o se dicen palabras malsonantes y así se evitan guerras como #freethenipple), contenidos imposibles (ya sucede con los que son directamente delitos), sistemas de verificación de los datos (ardua e imperfecta tarea que más o menos se lleva a cabo no sé sabe bien cómo) y, además de todo eso, un sistema de arbitraje y control social para recurrir o impedir el cierre de cuentas a individuos. Que es lo que parece no existir, más allá de lo que pueda hacerse con las leyes ordinarias.

El miedo a ser regulado llevó a Facebook a crear su propio sistema independiente de revisión de contenidos. Fue la confirmación de que, este tipo de redes, no son meros prestadores de servicios sin responsabilidad sobre el contenido, sino que son medios. Medios más o menos como los antiguos, pero con una relación bidireccional con sus prosumidores (más palabras viejas). Hasta hace unos años, esto sólo le importaba a la industria del entretenimiento por el control del copyright (sigue preocupando, solo que ahora con indiferencia social y no buenas ideas sobre el tema en las mesas de los legisladores, como ocurrió siempre) y a periodistas enfadados porque les han levantado a la chica: la leyenda del cuarto poder y el control de la agenda pública.

Una vez más estamos en otro momento de la Historia discutiendo sobre el control de la imprenta y el papel del impresor. Suele desatar muchas malas ideas en nombre del supuesto interés general. Decía Antonio Ortiz que es momento de volver a hablar de las redes sociales pensando que el internet de 2021 no es el de 2005. Y parece ser que estábamos de acuerdo en que las viejas ideas tenían su papel en esta discusión porque sirven para pensar sobre el tema. He aquí modestamente una relación de viejas ideas sobre internet aplicadas al asunto: volver a debatir con Antonio a través de blogs, qué deja-vu.

Trump y sus seguidores seguirán publicando, la trama continúa.