Evgeny Morozov es el mejor crítico de todo lo que supone internet y de los discursos optimistas tecnológicos. Lo que no quita para poder decir que resulta, en opinión de quien les escribe, excesivamente pesimista y que adquiera ciertos tintes luditas.
Uber es ahora el blanco de sus críticas. El resumen: los ayuntamientos – en defintiva la sociedad, sea lo que sea eso – no pueden permitir(se) depender de los datos que reúne esta compañía sobre los traslados ni consolidar su modelo de transporte basado en el automóvil.
El problema de esta visión ácida es, por mi parte, evidente: Uber no es el único servicio ni aplicación en funcionamiento. Si bien Uber es la más disruptiva, no es en absoluto un monopolio. El número de servicios digitales asociados al transporte es larguísimo, desde aplicaciones para taxis hasta las propias de los servicios de transporte municipales.
Morozov alaba el caso de Helsinki y una serie de aplicaciones municipales y acuerdos de otros ayuntamientos con aplicaciones de forma que pueden recabarse datos de otras formas de transporte (bicicletas, por ejemplo) y efectuar una planificación urbana que no sea dependiente de Uber ni de su modelo de transporte («El hecho de que caminar no sea rentable para Uber no significa que haya que rechazar esa forma de desplazamiento»).
En cierta forma, la conclusión es que los ayuntamientos deben movilizarse para conseguir sus datos de otro modo (por supuesto, sin Uber: ¿»Por qué hay que aceptar su papel como intermediario?») lo que nos lleva a admitir un rasgo verdaderamente positivo del éxito de Uber: obliga a acelerar la innovación.
El riesgo evidente los nuevos intermediarios
El rol de nuevos megaintermediarios de determinados servicios digitales no es positivo desde el punto de vista del bien común (tienen tendencia a generar monopolios), pero el verdadero problema consistiría en que no existieran suficientes alternativas para competir o no existiera la suficiente apertura de las redes como para que servicios y empresas más innovadoras no puedan arrebatarle el mercado.
Recientemente el mismo diario publicaba un buen artículo sobre el muy probable estancamiento de Google de la misma forma que le sucedió a Microsoft. La empresa de Seattle adquirió un monopolio de facto destruyendo muchas formas de competencia e innovación (el legendario caso de Netscape es lo más recordado pero no fue lo único y seguramente no fue el más grave de todos). Uber, en caso de convertirse en ese megamonopolio, no estaría a salvo de la misma disrupción que terminó con el megapoder de IBM en el pasado, Microsoft no hace tanto y Google o Facebook ahora mismo.
Al final, Morozov, crítico de las ideologías de Sillicon Valley termina, como nos sucede a todos, destilando su propia ideología como causa de sus temores y como prejuicio: no parece difícil encontrar una persona que desconfía del mercado como proveedor de bienes y servicios y que trata con optimismo la capacidad de los ayuntamientos para innovar o adaptarse a los tiempos. Ni Uber, ni MyTaxi, Hailo, Tappsi o Moovit las han inventado ellos. Aunque se puedan seleccionar los trayectos de la EMT de Madrid vía app, se hace complejo encontrar disrupción en forma de saltos cualitativos.
P.D.: Y no, Uber no es un ángel de la caridad. Tampoco tiene por qué serlo: pero sus abusos parecen ya muy condicionados por la existencia de apertura (es decir, opinión pública y libertad de imprenta) que es otro condicionante para disponer de mercados que funcionen.
Un Comentario
Al final es lo de siempre, ¿no? La “comodidad” del inmovilismo mientras no nos pinchan. Me había sorprendido usted hace unos años dudando sobre eso de la inteligencia colectiva y he de reconocer que hace ya tiempo que comparto las mismas dudas.
Dicho esto, completamente de acuerdo, y sin renegar del debate en este caso, como en otros, hay que concentrarse en que “obliga a acelerar la innovación”.
Nota al margen: a ver si este año conseguimos coincidir con una caña, que ya hace tiempo…. 🙂